Un escéptico ganado por la Gracia

La Primera Guerra Mundial llevó al italiano Giovanni Papini del ateísmo volteriano al catolicismo más ferviente. Quiso expiar su vida antirreligiosa con la apasionada "Historia de Cristo", que marcó el comienzo de una fructífera obra apologética.

La historia de las conversiones literarias de comienzos del siglo XX no se limitó al mundo de habla inglesa. En la órbita latina también hubo transformaciones notables, pero ninguna más espectacular que la que protagonizó el italiano Giovanni Papini (1881-1956). Su evolución sorprendió a tal punto que, más de tres décadas después de producida, todavía seguía discutiéndose se había ocurrido en verdad, o si era apenas una conveniente impostura. 

Las dudas sobre esa conversión obedecían a que, al momento del cambio, Papini era un escritor y filósofo de renombre, un adepto al pragmatismo en filosofía y al movimiento futurista en arte, que se había hecho conocido por su escepticismo en materia religiosa y que estaba por completo distanciado de la fe en la que lo habían educado.

En la introducción a la Historia de Cristo (1921), el primer libro que escribió tras convertirse, Papini admite que en aquella época había llegado a sostener el "ateísmo integral y perfecto" luego de vivir una "sazón de fiebre y orgullo". De hecho reconoce que escribió esa obra a manera de expiación por haber ofendido a Cristo "como pocos lo habían ofendido antes que él". "Le ha acontecido con frecuencia a Jesús -recordó allí- que quienes primero lo odiaban son los que con mayor ahínco lo aman".

¿Por qué entonces un hombre con esas inclinaciones había retornado a la fe original, "después de tanta caída, tanto delirio y tanto pavonearse"? En la Historia de Cristo Papini se ocupó de aclarar que no había regresado por causa del cansancio, ni por el miedo que trae la vejez (cuando empezó a escribir el libro, en 1919, tenía 38 años), ni tampoco por vanidad mundana. Lo hizo, y aquí puede evocarse la primera etapa que esgrimía Chesterton para explicar todo proceso de conversión, por el impulso de "recordar y defender" a Cristo en un tiempo en que lo veía singularmente traicionado y olvidado.

Papini siempre refutó con vigor a los que dudaban de la sinceridad o la hondura de su conversión, o la de quienes lo habían precedido en la vuelta a la fe de Roma. Así, en Croce y la cruz, un ensayo recogido en La piedra infernal (1934), Papini polemizó con Benedetto Croce, el máximo filósofo e historiador italiano de su tiempo, quien en su Historia de Europa había acusado al catolicismo de recibir en su seno a "un gran número de almas débiles o debilitadas, y a turbios y poco de fiar aventureros del espíritu".

Como respuesta Papini recordaba cuál es la verdadera condición espiritual del católico y disipaba el error de que la conversión "proporciona, sin más, al converso la paz absoluta, la seguridad, la certidumbre y el sosiego perpetuo".

"Sepa Croce -agregaba- que en el alma de esos hombres rebrotan las dudas sobre el fundamento de su fe, aunque esas dudas se vean siempre deshechas y vencidas; rebrotan las dudas sobre su capacidad para alcanzar la perfecta salvación; las indignaciones frente a la tibieza y tosquedad de la mayor parte de sus nuevos compañeros; pasan por tristes períodos de aridez, de inquietudes y de tentaciones de toda clase".

Mencionaba, además, el caso de recientes intelectuales conversos a los que mal podía tacharse de "débiles" o "aventureros". Aludía al alemán Peter Wust, al francés Jacques Rivire y, cómo no, al británico Chesterton, un autor que había influido en la conversión de Papini, en especial por libros como El hombre eterno (1925).

De él recordaba que "vino a la Iglesia por una necesidad intelectual de armonía plena y coherente, y no por haberle derribado un rayo, por afición a las pinturas de santos, o a las pompas del culto...He aquí, pues, un hombre moderno, cultísimo, que no se hace católico por miedo a la libertad o por nostalgia del pasado...Son pocos hoy en día en el mundo los hombres que manifiestan tal vivacidad de inteligencia, y una vitalidad tan plena, tan jubilosa y de tanta frondosidad".

¿Pero cuáles habían sido los motivos que habían convencido al propio Papini? Un factor determinante había sido "el espectáculo de tantas ruinas y de tantos dolores" de la Primera Guerra Mundial. La matanza lo llevó a releer a Tolstoi y Dostoievsky, y ellos lo condujeron de vuelta al Evangelio, que hasta entonces Papini siempre había leído "con espíritu receloso y hostil".

El Sermón de la Montaña, específicamente, lo inclinó a meditar que no había "otra defensa segura" contra horrores como los que acababan de vivirse que "un cambio radical de las almas". Pudo ver en el Cristianismo al remedio contra los males de la humanidad y llegó a la conclusión de que Cristo, "Maestro de una moral tan contraria a la naturaleza de los hombres, no podía ser únicamente Hombre, sino Dios".

INFLUENCIA DECISIVA

Luego, según Papini, "intervino la influencia secreta, pero infalible, de la Gracia", que lo decidió, por amor a Cristo, a hacer algo para difundir sus palabras "a quienes no lo conocen, o no lo comprenden, o no lo aprecian". Entonces marchó a la soledad del campo, a su casa en Bulciano, sobre los Apeninos, y entre agosto de 1919 y noviembre de 1920 escribió la Historia de Cristo, su libro más influyente y popular, que llegó a ser traducido a 34 idiomas. 

Como se ve, la tan discutida conversión del italiano fue consecuencia de una "lenta, progresiva y segura" maduración, que ocurrió justo cuando Papini "triunfaba con sus escritos volterianos", según resumió Victorio Franchini, uno de sus últimos secretarios personales, en su libro Papini íntimo (1959). A partir de ese cambio el antiguo irreverente se distinguiría por el ardor de su militancia católica, matizada -en palabras de Franchini- con el nacionalismo "antidemocrático" y "antibritánico", y con la simpatía por los regímenes de Mussolini y Salazar. 

El nuevo Papini creía que estaba llamado a cumplir "una misión, un apostolado" en defensa de la fe y que su contribución a ese combate debía ser intelectual. Por eso, en los tres decenios posteriores a 1921, saldrían de su pluma numerosos libros inspirados en un particular sentido de la apologética: La escala de Jacob, Los testigos de la Pasión, La piedra infernal, Cielo y tierra, Cartas del papa Celestino VI a los hombres, etc.. Hasta llegar a El diablo (1953), acaso la más controvertida de sus obras, que incluso fue cuestionada por L"Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede, por estar llena de "errores explícitos, es más, descarados y clamorosos", pero que no mereció una sanción oficial de la Iglesia.

En ese libro, el último que publicó en vida, el apasionado converso se preguntaba, en clara contradicción del dogma católico, si al final de los tiempos Satanás podría ver levantada su condena por toda la eternidad y, de ese modo, liberar al hombre de la tentación del mal. Una idea curiosa de parte de un hombre genial pero ya enfermo, que no hizo más que acentuar las dudas de los asiduos visitantes, por lo general sacerdotes, que se acercaban hasta su casa corroídos por una sola pregunta: "¿Se convirtió de verdad Papini?".