Siete días de política

El kirchnerismo se inventa un futuro de poder poco probable

No piensa en la "rerré", sino en convertirse en fiscal del próximo gobierno. Teme que el fin del mandato de CFK y la sequía de dólares debiliten la gobernabilidad. El "pato rengo".

Podría creerse que el kirchnerismo entró en una nueva etapa, la onírica, en la que se confunden las pulsiones con la realidad. Pero no es así; el desafío a la oposición para que se anime a competir con la presidenta Cristina Férnandez y la versión de que podría postularse como candidata a diputada o la candidatura de su hijo forman parte de una estrategia destinada a fortalecer la gobernabilidad en el último tramo de su mandato. En este caso por "estrategia" debe entenderse el lanzar expresiones de deseo públicamente.

En la práctica parece más bien un gambito que puso en movimiento Máximo Kirchner hace una semana en la cancha de Argentinos Juniors. La idea es elemental: si los candidatos que compiten el año que viene no derrotan a su mamá, carecerán de legitimidad. Este planteo no encierra ninguna novedad, ya fue utilizado por el menemismo y forma parte del viejo sofisma de la "proscripción" empleado históricamente por el peronismo. La reelección eterna es el antídoto para la vuelta al llano -Kirchner, Insfrán, los Rodríguez Saá-, pero resulta inaplicable en este caso.

Si bien la presidenta y su hijo conversaron la cuestión antes de la acto de "la Cámpora", el mensaje fue inicialmente confuso, porque la retórica no es el fuerte de su heredero. Después de oirlo muchos entendieron que quería la segunda reelección de la presidenta. Tuvo que salir a aclarar la cuestión el diputado Larroque que se expresó mejor: sin derrotar a Cristina el futuro gobierno carecerá de legitimidad y nosotros estaremos allí para presionarlo. Seremos sus fiscales, los únicos con una líder probada en la gestión.

Este conejo fue sacado de la galera porque ante la incertidumbre que siembra la crisis del sector externo, la inflación galopante y la falta de respuesta del equipo económico ya no alcanza con defenderse denunciando complots o haciendo demostraciones de fuerza en el Congreso con la aprobación de leyes de nula efectividad. Tampoco con citar al embajador norteamericano, denostar a American Airlines o amenazar empresarios con legislación expropiatoria.

Los "buitres" tampoco dan para más, ni se puede esperar que la ley de abastecimiento frene la carestía desatada por la emisión sin control, ni que la recesión desaparezca con un plan de compras en doce cuotas.

La invención de ese supuesto futuro de poder después del 10 de diciembre de 2015, de ese "Cristina cabalga otra vez" es un conjuro. Se intenta alejar el fantasma de todo gobierno en retirada: la pérdida del poder disciplinario indispensable para mantener al peronismo a raya. Lo que se pretende -sólo en el terreno verbal- es asegurar la gobernabilidad, mientras se confía en que la crisis de las variables macro pasen al próximo gobierno.

Pero esta "estrategia", gambito o como quiera llamársela, presenta algunas dificultades. La primera, que depende de muchas hipótesis, de muchos "si ...". Por ejemplo, de que no se agudice la crisis del dólar durante el mandato de la presidenta y se vea obligada a devaluar nuevamente. De que el ajuste lo tenga que hacer su sucesor con el consiguiente desgaste (en ese sentido los kirchneristas necesitan un de la Rúa).

También de que el nuevo presidente no discipline con los recursos del Tesoro Nacional a gobernadores, intendentes, punteros, sindicalistas, etcétera, que responden desde hace una década las órdenes del kirchnerismo a fuerza de cheques.

También depende de que el "aparato" camporista reunido en Argentinos Juniors sobreviva. Se trata de una estructura lubricada con fondos públicos e integrada por "militantes" a sueldo, una presa fácil para quien ocupe a partir del año que viene la Casa Rosada.

Si se hace un repaso de la historia peronista, el único que volvió al poder fue Juan Perón, pero su ejemplo no es aplicable a este caso por infinidad de razones. Más cerca, Carlos Menem lo intentó, pero fracasó de manera rotunda, aunque la "estrategia" de demorar la crisis funcionó como un reloj. Hoy la presidenta podría retener un 20% de votos o un poco más, pero no tiene chance en una segunda vuelta.

¿Por qué, entonces, puede el oficialismo generar esta expectativa de poder? Porque la oposición no tiene ningún peso. Sergio Massa demostró la endeblez de su construcción con el realineamiento de Martín Insaurralde en el kirchnerismo a propósito de la ley de abastecimiento. Daniel Scioli todavía no se puede desmarcar del kirchnerismo y no se sabe cuándo lo hará y Mauricio Macri evita cualquier enfrentamiento con la presidenta. Su mejor jugada consiste en esperar que la economía le despeje el escenario de la sucesión.