Tiempos de violencia

Todos éramos hijos

Por María Rosa Lojo
Sudamericana. 245 páginas

Cuando un tema ha sido trajinado ya, el desafío pasa por encontrar variantes para contar lo mismo desde otro ángulo. Es amplia la literatura que aborda la década del "70, los años de plomo de la dictadura, la idealización militante, el despertar político y la frustración de la juventud maravillosa. Todo eso ha sido puesto negro sobre blanco.

María Rosa Lojo siente, también, la necesidad de narrar la historia de su generación, y entonces busca alternativas. La encuentra echando mano al recurso teatral, trazando un valioso paralelismo con la obra Todos eran mis hijos, de Arthur Miller.

En el centro de la escena, en el papel que cada uno de los adolescentes escogidos -alumnos de dos colegios religiosos- representará sobre las tablas está el desafío a la figura paterna, a lo dado, a las situaciones heredadas. Hay un vínculo permanente con la puja política setentista que la autora sabe resumir en apenas una línea: cuestionaron al padre biológico que les tocó, y se vieron traicionados por el padre político que eligieron.

En los trazos se aprecia el toque femenino de la pluma de Lojo. En la exuberancia de imágenes, la profusa adjetivación y la sensualidad narrativa, una exaltación de los sentidos que tiene como protagonista a Frick, una joven que vive el proceso de convulsión social de la época desde una posición de observadora. Que se involucra, pero no tanto, que transita por los márgenes y evita el escarceo de sus pares.

El recurso teatral, que parece agotarse a mitad de camino, cuando el libro toma la cadencia y el estilo de tantos otros relatos que abordan la militancia montonera, resurge a tiempo para no ofrecer más de lo mismo. Descorre el telón y abre un espacio imaginario para el reencuentro, para las preguntas y las respuestas que la vida real no pudo dar.