El detrás de escena de las emociones

Un experto brinda recursos prácticos para conocer cómo funcionan y tener un mayor control sobre ellas. La interpretación de lo que nos sucede es clave en este proceso.

Las interacciones entre los hombres se fundan en mecanismos emocionales internos. Nuestras emociones tienen un aspecto innato, pero también su integración con otros recursos del cerebro permite que cada uno de nosotros adquiera un bagaje de experiencias y aprendizajes únicos. Manejar las emociones es posible. Conocer su propósito y sus mecanismos permite anticiparse a esas emociones y evitar que lleguen a ser disfuncionales.

Así lo afirma Federico Fros Campelo en su libro “Mapas emocionales” (Ediciones B, 2014), donde brinda recursos prácticos para controlarlos, con base en la neurociencia.

“Sentir una emoción es darse cuenta conscientemente de que te está pasando. Pero un mecanismo emocional comienza antes de que des cuenta: tiene pasos superveloces que no llegás a percibir conscientemente”, explica el autor, que es miembro de la Sociedad Internacional para la Investigación en Emociones (IRSE) y dedicó los últimos siete años a investigar de forma independiente los procesos emocionales.

“Las emociones son procesos organizados que involucran la circuitería de tu cerebro y la química de tu cuerpo”, prosigue.

Según detalla Fros Campelo, las emociones están compuestas por “funciones emocionales”.

“Las funciones emocionales fundamentan todo lo que querés, lo que sentís y lo que hacés. ¡Ojo! No estoy diciendo que lo único que tenemos dentro son funciones emocionales. Nuestros recursos cognitivos –el aprendizaje, la  atención, la memoria, etc- moldean la forma en que queremos, sentimos y hacemos. Pero las funciones emocionales son los ingredientes esenciales que permiten explicar nuestros actos”, indica.

Al explicar el mecanismo con el que trabajan las funciones emocionales, el investigador apunta que éstas se activan gracias a las interpretaciones que cada persona le da a las circunstancias y a lo que le pasa.

“Las funciones emocionales no son emociones, sino que están dentro de las emociones, y en sí mismas no se sienten”, aclara.

¿Cómo se sienten las emociones? “El cerebro, más que un órgano, es un conjunto de órganos con muchas funciones. Algunas de esas funciones te permiten sentir. Los últimos descubrimientos en neurociencias revelan que nuestras emociones están sustentadas en varios sistemas de procesamiento muy concretos y distintos el uno del otro”, señala Fros Campelo, quien es profesor universitario.

Además, apunta que “las funciones emocionales están fundamentadas en cómo el cerebro gestiona la información, pero también usan sustancias químicas que ejercen efecto tanto en el cerebro mismo como en el cuerpo”.

En ese sentido, menciona tres categorías que sustentan las emociones: determinadas estructuras cerebrales y diferentes circuitos de neuronas; el resto del sistema nervioso (como el sistema nervioso autónomo, que hace que aumente el ritmo cardíaco y la respiración al asustarse, por ejemplo); y las hormonas –mensajeros químicos de un órgano a otro- y los neurotransmisores –mensajeros químicos dentro del cerebro.

PROGRAMAS

“Las funciones emocionales se activan bajo ciertas condiciones: basta la señal indicada y comienzan a trabajar. Por eso podemos pensarlas como “programas”. Como todo programa de computadora, algo debe activarlas. Algo debe disparar el enojo, algo debe motivarnos esperanza, algo debe llevarnos a sentir afecto por alguien cuando antes no lo sentíamos”, subraya el autor de “Mapas emocionales”.

“De acuerdo a la interpretación de las circunstancias y de lo que a uno le pasa se van a activar ciertas funciones emocionales y no otras –continúa-. Es preciso que ciertas interpretaciones hagan de llave, a efectos de que encajen en el formato que satisface a esa función”.

Lo que llamamos interpretación es, en realidad, un gran cúmulo de procesos que hace el cerebro.

Lo que uno percibe y aquello a lo que se le presta atención.
Lo que a uno lo motiva y lo que quiere, esté atento a ello o no.
Lo que cree y asume como realidad (creencia).
Lo que espera que suceda o lo que espera de alguien (expectativas).
Los recuerdos espontáneos o la memoria intencional.
La imaginación y lo que uno elabora creativamente.
Lo que uno reflexiona y razona voluntariamente.

Según Fros Campelo, “las funciones emocionales se activan, en general, durante la parte no voluntaria del cúmulo de procesos de interpretación”.

“Los procesos voluntarios de la interpretación –prosigue- suelen aparecer después de que las emociones ya empezaron. El trabajo que debemos hacer sobre nosotros mismos consiste en reforzar las funciones emocionales ya activadas, desactivarlas o, incluso, activar otras diferentes”.

“La “inteligencia emocional” –añade- puede pensarse desde este ángulo: haciendo intervenir nuestra voluntad, podemos reinterpretar lo que pasa para desactivar a tiempo la emoción que no corresponde y promover un proceso emocional alternativo”.

“El trabajo de interpretar intencionalmente las cosas de otra forma es la manera más práctica y responsable de manejar las propias experiencias”, remarca.

PRINCIPALES FUNCIONES

Una de las principales funciones que sustenta las “emociones sociales” más cotidianas es la que el autor llama “la búsqueda de la novedad”.

Fros Campelo explica que existe un sistema gracias al cual estamos pendientes y estimulados. “Se trata de una especie de circuito con núcleos, cablecitos y químicos que se distribuyen desde el centro de nuestro cerebro hacia sus capas más externas: el sistema de búsqueda”.

“Cuando ciertas partes de este circuito se estimulan –prosigue-, las personas se sienten interesadas, entusiasmadas y expectantes. Si estas mismas conexiones reducen su actividad, se nos van las ganas de todo y hasta podemos llegar a experimentar depresión”.

“Este sistema –asegura el investigador- energiza todos nuestros comportamientos y actitudes. Es el principio de todo lo emocional y motivacional”.

En resumen, el sistema de búsqueda genera expectativas, engendra un sentido de propósito e interés. Tener una meta significa que la corteza cerebral ha sido activada por el sistema de búsqueda, afirma.

Según precisa el experto, el combustible por excelencia que este sistema usa es un neurotransmisor –un mensajero químico dentro del cerebro- que se llama “dopamina” (aunque en menor proporción también participan otros neurotransmisores).

Aplazar un impulso en pos de un bienestar futuro, tener paciencia y planificar a largo plazo son, de acuerdo con Fros Campelo, logros de nuestros lóbulos frontales. Ellos pueden inhibir la impulsividad del sistema de búsqueda cuando desborda de dopamina, aunque al mismo tiempo siguen recurriendo a él para poder tener objetivos.

ESTAR SEGUROS

Otra de las funciones emocionales que menciona Fros Campelo en su libro es “la búsqueda de certidumbre”.

“Algo tiene que hacernos vincular causas con efectos. Algo tiene que llevarnos a buscar pautas y patrones causales. Algo tiene que incentivarnos a armar permanentemente modelos de la realidad. Ese algo es la búsqueda de certidumbre”, indica.

Asimismo, expresa que es el proceso emocional más básico que lleva a adoptar cualquier creencia. Junto con la “búsqueda de novedad”, esta función hace explorar, investigar y aprender cosas nuevas.

La “búsqueda de certidumbre”, sostiene el autor, es la responsable de que uno quiera entender el entorno, de que quiera hallarle un sentido a la realidad. Nos lleva a intentar por todos los medios sentirnos seguros. No solo físicamente, sino también mentalmente. Esta función es la protagonista de que sintamos estrés ante la falta de previsibilidad.

“Cuando la búsqueda de certidumbre queda insatisfecha debido a la naturaleza inexplicable de ciertas cosas que nos pasan, nos sentimos tremendamente mal”, asegura.

SER QUERIDOS

Una tercera función emocional que describe Fros Campelo en su obra es la “búsqueda de aprobación”.

“Deseamos, queremos, ansiamos la aprobación de los demás. Cuando la obtenemos, satisfacemos la motivación que genera esta función. Pero cuando no la encontramos, o cuando recibimos justamente lo contrario –desaprobación- se nos activa por dentro el dolor. Dolor emocional, otra función fundamental”, remarca.

La búsqueda de aprobación, en opinión del autor, fundamenta las experiencias de cariño y afecto, y constituye el pilar del desarrollo en bebés y niños. “Gracias a esta función emocional, cuando nos dan afecto todo nuestro cuerpo reconoce la experiencia agradable, y además responde en consecuencia”, hace hincapié.

En tanto, sobre el dolor, Fros Campelo comenta que éste desestabiliza todos los otros procesos emocionales, tanto o más que la incertidumbre y la falta de explicaciones. Para superarlo, el experto sugiere que “hay formas de reafirmarnos ejercitando la autoaprobación”, lo que evita estar sujetos de manera excesiva a la opinión ajena y evita la dependencia desesperada de la aceptación de los demás.

Así como una búsqueda de aprobación insatisfecha activa el dolor y genera estrés, esta función bien saciada genera endorfinas y oxitocina, que moderan el dolor emocional tanto como el dolor físico, dice el investigador.

“Siempre que uno se enoja es porque experimenta dolor. El dolor entra en activación cuando interpretamos que un estímulo representa un daño, un perjuicio, para nosotros”, agrega.

El enojo depende de la interpretación que haga la mente de cada uno. “Hay personas más propensas a enojarse porque tienden a darle el significado de perjuicio a los sucesos y las actitudes de los otros. Y por eso son sensibles e irascibles, se toman todo de forma personal y se ponen a la defensiva, viendo amenazas permanentes en todos. Acá está la esencia para desarticular el mecanismo del enojo: si no activás el dolor, no habrá pasos siguientes y no se completará la secuencia”, concluye.

Como se desprende de este libro -en el que también se hace referencia a otras funciones emocionales, tales como la replicación, la empatía, la búsqueda de autosuficiencia y la comparación-, nuestras emociones dependen de un complejo entramado que presenta características únicas en cada persona. La buena noticia es que, cuanto más las conozcamos, más podremos controlarlas.