Siete dí­as de pol­ítica

La contraofensiva del gobierno después del paro y los piquetes

Para competir con los sindicalistas propuso bajar el empleo en negro, ART para personal doméstico y posible baja en ganancias. Quiere, además, que sean ilegales piquetes y paros de transporte.

Sindicalistas y piqueteros desafiaron el jueves 10 a la presidenta Cristina Fernández paralizando el paí­s. La presidenta les contestó la semana que acaba de terminar con proyectos para mejorar la situación de los trabajadores y para prohibir los piquetes y las huelgas salvajes en el transporte público. Parece vivir en un mundo propio cuando usa la cadena nacional para el “rap” o las necrológicas, pero conserva los reflejos polí­ticos y la decisión de disputar el poder, aunque su gobierno esté en retirada. En otros tiempos hubiera respondido con decretos y fil­ípicas por TV. Hoy traslada la discusión al Congreso, señal de que quiere que la confrontación y el desgaste los soporten otros.

Resulta llamativo que ni los pol­íticos, ni los comentaristas hayan vinculado las últimas iniciativas oficiales con el contundente paro del sindicalismo opositor. Se entretuvieron, en cambio, en dilucidar si eran conservadoras o progresistas, si hab­ían tardado más de una década o si los piqueteros oficialistas, la izquierda ultra y el CELS se quejar­án.

Llamativo también es que no hayan sido vinculadas con el ajuste, la principal novedad en el escenario pol­ítico y económico desde la devaluación del verano. La rebaja de aportes patronales -que recuerda a Cavallo- quiere ocultar la cara más desagradable del ajuste: la pérdida de puestos de trabajo. El brutal realismo monetario aplicado por el tándem Kicillof-Fabrega consiguió frenar la corrida contra el peso y proteger las reservas, pero a costa de un cada vez más palpable enfriamiento de la econom­ía.

El miércoles Smata y Volkswagen comenzaron a negociar un acuerdo para evitar 700 despidos por la ca­ída de ventas a Brasil y locales. El proyecto de rebaja de aportes no tiene ninguna incidencia en este caso porque beneficiar­á a microempresas de cinco o seis empleados, pero el gobierno no quiere aparecer cruzado de brazos. Si para Volkswagen, paran los autopartistas y ah­í el panorama se complica. Para la fábrica el costo laboral representa el 5% del precio de un auto. Para los autopartistas, el 40% de su producto.

En su lento “striptease” ideológico el kirchnerismo ha ido despojándose del populismo económico: coquetea con el FMI y el Club de Par­ís, quiere endeudarse, frena el consumo, devalúa y hasta sube las tasas de interés. La semana pasada completó ese inesperado espectáculo proponiendo una ley antipiquetes con la que abjuró de antecedentes como el financiamiento de los Pérsicos y D'Elí­as, el aliento a cortes de rutas (Gualeguaychú) y la descalificación de quienes reclamaban que se aplicase la coacción legí­tima del Estado, acusándolos de criminalizar la protesta social. Durante 10 años controló la calle, ahora la controlan otros; no tiene sentido seguir financiando una pol­ítica ineficaz, parece ser el sentido de su decisión.

Esta es la otra cara desagradable del ajuste, pero que no se puede disimular con las vacaciones, la ART y las cuentas sueldos para el personal doméstico. Aquí­ el debate es puramente ideológico, porque coarta libertades individuales y derechos constitucionales. Y esto ocurrió porque el jueves 10 se encendió una luz roja en el tablero del gobierno. Si el ajuste se agrava, se multiplicarán las protestas y el caos. Ya disponí­a de una herramienta para enfrentar el problema, aplicar el Código Penal, pero quiso trasladar parte del costo a la oposición. Por eso el debate fue al Congreso.

La propuesta kirchnerista para terminar con piquetes y paros salvajes de servicios públicos tiene dos caracterí­sticas: una, no es demasiado novedosa, porque ya se intentó lo mismo con la denominada “ley antiterrorista”; dos, se parece demasiado a los mecanismos aplicados generalmente por regí­menes autoritarios bajo el estado de sitio. Facultar al gobierno de turno para que autorice la protesta y darle la facultad de decir cuál es leg­ítima y cuál no, exime de cualquier comentario. Es una caricatura de cualquier democracia que garantice la libertad de los ciudadanos.

La regulación del derecho a manifestarse y la de todos los ciudadanos a la libre circulación es otra cosa. Desde los asesinatos de Kosteki y Santillán sectores minoritarios han abusado del derecho a manifestarse ante la pasividad de los pol­íticos que carecen de legitimidad para reprimirlos. Pero esa falta de legitimidad no se subsana que legislación represiva, sino con una conducta coherente y honesta, un instrumento que ningún Congreso puede facilitarle al gobierno.­