"La mujer sin sombra", de Richard Strauss, volvió al Teatro Colón luego de treinta y cuatro años de ausencia

Una ópera que reitera su encanto

Ideada por el germano Andreas Homoki, la puesta de esta tercera función de gran abono de la temporada lírica oficial se caracterizó por su obsesiva, uniforme reiteración visual (a lo largo de cuatro horas), con elementos que evocaron al Kabuki y el teatro Noh de Japón.

"La mujer sin sombra", ópera en tres actos, con libro de Hugo von Hofmannsthal, y música de Richard Strauss. Elenco: Stephen Gould, Manuela Uhl, Iris Vermillion, Jukka Rasilainen, Elena Pankratova, Jochen Kupfer, Pablo Sánchez, Victoria Gaeta, Marisú Pavón, Mario De Salvo, Alejandra Malvino, Sergio Spina y Emiliano Bulacios. Iluminación: Frank Evin. Escenografía y vestuario: Wolfgang Gussmann y "régie" de Andreas Homoki. Coro de Niños (César Bustamante), Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Ira Levin). El martes 11, en el teatro Colón. Otras funciones: viernes 14 y martes 18, a las 20, domingo 16 a las 17.

 

William Mann sostiene que "La mujer sin sombra" es la obra maestra de Richard Strauss y Claus Spahn habla de la soberanía inigualable de su discurso musical. Sin embargo, lo cierto es que el público que no la conocía de antemano, difícilmente se pueda haber llevado las mismas impresiones luego de asistir a esta nueva edición de la ópera.

Esta fábula mágica, llena de simbolismos -y de un mensaje humano de profunda universalidad, como es la necesidad de tener un hijo, en este caso para que un reino no quede sin heredero-, fruto de la asociación del compositor con Hugo von Hofmannsthal, con sus más y sus menos no pasó de un rango mediano, abiertamente inferior a la alta tradición acuñada por esta obra en la misma casa, en la que fue concertada por figuras como Erich Kleiber, Ferdinand Leitner y Marek Janowski.

UNA PUESTA CURIOSA
Ideada por el germano Andreas Homoki, la puesta de esta tercera función de gran abono de la temporada lírica oficial se caracterizó por su obsesiva, uniforme reiteración visual (a lo largo de cuatro horas), con elementos que evocaron al Kabuki y el teatro Noh de Japón.

Pero además de esto, esta nueva producción, adquirida a la ópera de Amsterdam, fue concebida con un criterio abstracto, minimalista, de frías líneas geométricas y sobreabundancia de signografías, lo que al margen de su episódica belleza formal (la iluminación fue de Frank Evin), lleva a preguntarse si el enfoque conjuga con una partitura categóricamente romántica, armoniosa y de opulento ropaje (sin perjuicio de la desvirtuación de muchas escenas como las del "Pabellón de los halcones", sin ir más lejos).

En cuanto al maestro Ira Levin, cabe apuntar que su traducción de la maravillosa partitura pareció integrada por momentos por fragmentos sucesivamente hilvanados entre si, lo que desnaturalizó la elocuencia del arrebatador lenguaje de "La mujer sin sombra". Por añadidura, la Orquesta Estable frente a las enormes dificultades técnicas que tuvo por delante, se manejó lo mejor que pudo, lo que no alcanzó a soslayar desde ya la palidez de fraseo del conductor, su falta de elaboraciones cromáticas y de "pathos", del vuelo de vibrante jerarquía que esta creación requiere imprescindiblemente (nada de esto debe confundirse con amplitud sonora).

ARDUA EJECUCION
Tanto el Coro de Niños como el Coro Estable del Colón exhibieron en la ocasión imprecisiones de sincronización (reiteramos que se trata de una pieza de ardua ejecución), mientras que en el plantel de solistas la mezzo Iris Vermillion (Nodriza), a despecho de algunos instantes mejores, no consiguió superar los escollos que le presenta su extensa tesitura (de nada menos que tres octavas); el barítono finlandés Jukka Rasilainen (Barak) cantó por su lado con irreprochable corrección (y proyección más positiva en el último acto), aún cuando su papel requiere una voz de bajo-barítono (así lo definió Strauss), más oscura y expansiva; en cuanto al estadounidense Stephen Gould (Emperador), se trata de un "heldentenor" de incuestionable eficacia, cuyo registro se escuchó un tanto fatigado y con expresión desigual.

Las dos figuras principales de la noche fueron las sopranos Manuela Uhl (Emperatriz) y Elena Pankratova (Tintorera). La primera, sin poseer un caudal excesivamente importante, se desenvolvió con línea sensible y metal entero, especialmente en el acto final. En cuanto a su colega rusa, debe decirse que no exteriorizó toda la intensa pasión correspondiente a su personaje, su voz se oyó potente, pletórica, homogénea a favor de una colocación que le permitió sortear incluso sin dificultades las notas más graves, por debajo del pentagrama, recurrentes en su parte.