Grinspun y la hiperinflación

Los números no mienten. El balance económico del sexenio de Raúl Alfonsín es calamitoso. Jaqueado por implacables enemigos, no supo -o no pudo- revertir la herencia deletérea del gobierno militar. El peso de la deuda externa y el desequilibrio macroeconómico resultaron abrumadores. El Plan Austral fue un veranito y la hiperinflación, la consecuencia lógica de una sarta de desaciertos.

Puede que detrás del emocionante homenaje de medio país a don Raúl Ricardo Alfonsín se encuentre, en buena medida, la nostalgia. Los que estamos o pasamos la mitad de la vida recordamos los años ochenta con saudades. Eran los años del pleno empleo, la liberalización de las costumbres, la seguridad en las calles, la buena música. Pero los números no mienten. En materia económica, la Argentina sufrió entre 1983 y 1989 un severo retroceso.

Es que el ex presidente -un caudillo honrado y de virtud republicana- demostró una probada falta de criterio en lo que atañe a la ciencia lúgubre, como llamaron los ingleses a la economía. Sus partidarios, de hecho, se limitan a argüir que la herencia recibida fue catastrófica; el contexto internacional, adverso; la oposición, salvaje. Es decir, enumeran pretextos. No es que no sean ciertos, claro que no, pero Shakespeare escribió que "si Dios corta el mazo y reparte las cartas, es el hombre el que las juega".

Y la política económica del alfonsinismo fue una sucesión de medidas desacertadas que desembocó en la primera hiperinflación argentina del siglo XX.

Las imágenes corren fugaces por la memoria. La soltura de don Bernardo Grinspun, el Plan Austral, las corridas para comprar dólares, las largas colas para cargas combustibles antes de un tarifazo, la Patria contratista, el festival de bonos, los pollos de Mazzorín, los silbidos de la Sociedad Rural, los trece paros generales, el Plan Alimentario Nacional, la estafa del Banco Alas, la locura de junio de 1989.

TRES ETAPAS

"Cuando en 1983 se restauró la democracia, el primer gobierno debió enfrentar un contexto internacional que no ofrecía sino calamidades: los términos del intercambio exterior cayeron a su nivel más bajo del siglo; la tasa de interés real que pagaba el país (esto es, la tasa de interés nominal dividida por los precios de exportación) sólo había sido más alta al comenzar la crisis del treinta; y todo ello mientras la demanda colectiva era de reparación social", escribieron Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum (1).

Es verdad, si uno mira, por ejemplo, las cotizaciones internacionales del trigo y el maíz (y ahora la soja) durante las administraciones Alfonsín, Menem, De la Rúa y Kirchner, uno no puede sino concluir que Dios es peronista. Al prohombre de Chascomus le tocaron barajas envenenadas.

El legado militar no podía ser peor: recesión, una deuda externa de casi 45 mil millones de dólares (casi el 70% del PBI), una inflación de más del 400% y prácticamente no había reservas en el Banco Central. Es decir, un nivel de endeudamiento exagerado e ingobernable y un desorden macroeconómico, combinación maldita que selló el fracaso del gobierno radical. Ese fue el nudo gordiano que el alfonsinato no supo desatar. Dicho de una manera más técnica, nunca logró generar los superávit primarios necesarios para servir la deuda pública sin emisión monetaria ni déficit fiscal.

Pongamos las cosas en contexto. Los años ochenta fueron la década pérdida para toda América latina. La carga de la deuda externa y el deterioro de los términos de intercambio hicieron estragos en el continente. En ese decenio se transfirieron recursos al exterior por 220 mil millones de dólares. En la decada del noventa, la balanza fue positiva en 175 mil millones. Pero sólo la Argentina fue devastada por una hiperinflación.

En términos históricos, Alfonsín fue un fin de época. El estertor final de la larga agonía de la Argentina peronista, según el historiador Tulio Halperín Donghi. El proteccionismo distributivo (o el modelo de sustitución de importaciones) ya estaba agotado.

La inestabilidad, pues, fue el rasgo dominante del período radical. Se bailaba al compás de la coyuntura. Más que como estadistas, los dirigentes actuaban como equilibristas. El déficit global del sector público (operativo más cuasi fiscal del Banco Central) fue siempre un problema grave: 1984, 10,5%; 1985, 7,7%; 1986%, 3,5%; 1987, 5,7%; 1988, 6,4%; 1989, 7,6%.

TRES ETAPAS

En realidad, la economía alfonsinista tuvo tres mojones: Grinspun, Sourrouille y el descontrol final. Con inspiración keneysiana y de la Cepal de Prebish, Bernardo Grinspun encontró en 1983 un país donde se perfilaba la insolvencia estructural. Duró 15 meses en el cargo y siempre dejo flotando un aroma a rancio e improvisación. Da la impresión, que subestimó la crisis.

En marzo de 1985, Grinspun fue reemplazado por el hasta entonces secretario de Planeamiento, Juan Vital Sourrouille. Este caballero estructuralista lanzó el primer intento serio de la democracia para abatir el siniestro dragón inflacionario. Sus escuderos eran Adolfo Canitrot, Pablo Gerchunoff y Mario Brodersohn.

En junio de 1985, Alfonsín avisó al país que estábamos en economía de guerra. Un decreto de necesidad y urgencia engendró el Plan Austral: la nueva unidad monetaria equivalía a mil pesos. Había una extraña moneda de medio centavo. Se congelaron precios salarios y tarifas, se hundieron las tasas de interés reguladas (de 28 y 30% para depósitos y de 4 a 6% para préstamos), se congeló el tipo de cambio, fijándolo en 0,80 centavos de dólar. Se prometió un achique brutal del déficit fiscal del 11% del PBI al 4% a fin de año. Una tabla de desagio intentó quebrarle el espinazo a la inercia inflacionaria.

Fue un ajuste heterodoxo e imaginativo. ¿Por qué fracaso? Lo explica Aldo Ferrer: "El Plan no podía sostenerse porque no se lograban alcanzar los equilibrios macroeconómicos, mientras aumentaban las pujas distributivas y los servicios de la deuda imponían una carga insoportable sobre el presupuesto y el balance de pagos. Como el Tesoro no generaba el superávit primario necesario para adquirir las reservas destinadas al servicio de la deuda, aumentó su endeudamiento con el Banco Central. La política monetaria era así restrictiva hacia la actividad interna y expansiva respecto del Tesoro. El resultado fue el aumento de la tasa de interés y la esterilización de la liquidez mediante el incremento de los encajes remunerados de los bancos y la colocación de los títulos públicos para absorber la liquidez excedente. Esto último fue denominado el festival de bonos. Al promediar 1988, la inflación estaba otra vez desbocada, la economía en recesión, el desempleo en aumento, los salarios reales en baja y la deuda externa también en aumento". (2)

HOUSTON Y LOS POLLOS

Debe reconocerse que con Alfonsín se esbozaron las líneas directrices de las buenas reformas de los noventa y los plantaron los cimientos del Mercosur. Se privatizaron las petroquímicas Bahía Blanca, General Mosconi, Río Tercero y Atanor. Se intentó hacer lo mismo con Somisa, Fabricaciones Militares, Aerolíneas Argentinas y Entel. El peronismo -desde el sindicalismo o bien desde el Congreso- actuó como artero saboteador. Ya sabemos como son esta gente: cuando huelen sangre se comportan como tiburones. Pero no sería justo culpar sólo a los adversarios. Recuérdese el fiasco del Plan Houston.

El jefe de Estado lo lanzó con bombos y platillos en una visita a Texas. Era un viraje histórico: el radicalismo renunciaba a que el Estado monopolice la explotación de hidrocarburos. Pero la falta de incentivos y las trabas burocráticas dejaron en la nada lo que debió ser un vivificante caudal de inversiones.

Hubo errores vergonzosos. ¿Recuerda cuando la Secretaría de Comercio Interior, a cargo de Ricardo Mazzorín, importó desde Europa oriental (¡después de Chernobyl!) toneladas de pollos para forzar una baja en los precios?

Los bichos terminaron en la basura, pues la gente le dio la espalda, los lobbies aceitaron mecanismos inconfesados y era muy caro el almacenamiento en frío.

EL FINAL

La última tentativa de controlar las variables económicas fue el Plan Primavera de 1988. Se desdobló el mercado cambiario. La Sociedad Rural abucheó al Presidente. Desde el Banco Central, José Lus Machinea empapeló la city con Bonex, Bonor, Bonin, Barra, Bogon, Tidol, Vavis, TCD. La inflación ya estaba librada a su propia suerte (387,7%% anual) y todos corríamos a comprar dólares apenas cobrábamos el sueldo. Se dejan de pagar intereses de la deuda externa, aunque sin alardear de ello.

El 6 de febrero de 1989 las autoridades capitularon. Ya no contaban con suficientes reservas para intervenir en el mercado cambiario; el camino hacia la hiperinflación estaba pavimentado. A fines de marzo, renunció Sourrouille y lo reemplazó el cándido Juan Carlos Pugliese quien pasó a la inmortalidad con una frase de antología dirigida a los operadores económicos: "les hable con el corazón y me contestaron con el bolsillo".

Estallaron los saqueos y el caos fue total. El 8 de julio Alfonsín entregó apresuradamente la banda presidencial a Carlos Menem. Los precios subieron ese mes el 197% y las tarifas de los servicios públicas, algo rezagadas, el 700%. La inflación en 1989 fue del 4.923,3%. El dólar arrancó su loca maratón a 24,30 australes y concluyó a fin de año a 1.950, es decir hubo una nauseabunda devaluación del 8.000%.

Oigamos a un experto. Escribió el investigador Mario Rapoport: "La década del "80 resultó particularmente fatídica para la Argentina. Es difícil encontrar en el pasado otro período en el cual el deterioro fuese tan persistente y profundo. Es que nunca se habían conjugado al mismo tiempo un contexto internacional tan desfavorable con una situación interna tan crítica como había dejado la dictadura militar, mientras una lógica de valorización financiera atentaba contra la acumulación productiva, la base de un crecimiento genuino de la riqueza del país. En ese marco, las dificultades para trazar una política económica que lograra revertir la crisis eran poco menos que titánicas, y el gobierno de Alfonsín no logró dar con los lineamientos adecuados para ello. De allí que los principales indicadores macroeconómicos continuaron reflejando casi sin interrupción un panorama desalentador, en el que la recesión, la inflación y la inestabilidad fueron moneda corriente". (3)

Totalmente de acuerdo. Hoy que predominan el ditirambo, el justo reconocimiento y la sensiblería, no podemos desconocer un hecho irrefutable: el alfonsinato nos dejó a todos más pobres.

(1) ¿Por qué la Argentina no fue Australia?. Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum. Siglo Veintiuno Editores.
(2) La economia argentina. Aldo Ferrer. Fondo de Cultura Económica.
(3) Historia económica, política y social de la Argentina. Mario Rapoport y colaboradores. Ediciones Macchi.

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